16 agosto 2007

 

La cara y la cruz de Hamas.

Antonio Sánchez Gijón relata la facilidad y el absurdo con la que los palestinos usan las armas de fuego, ya sea para festejar una boda, para velar un funeral, o para asesinar israelíes.

Las imágenes de los palestinos disparando tiros al aire con cualquier motivo, banal o trágico, es posiblemente la que, después de los ataques suicidas contra Israel, más han perjudicado su causa. Esas expansiones sin ton ni son arrojan el perfil de un pueblo poco serio, que se deja llevar por sus emociones, recreándose en un exhibicionismo machista y ridículo. Nada que ver con el exhibicionismo "festero", reglado y pasajero, que se permiten los pueblos de nuestra costa levantina, y que en sus ruidosas fiestas de moros y cristianos usan petardos y no balas.

A la opinión pública exterior no se le escapa el hecho de que el uso caprichoso de armas de matar no quiere ser sólo una manifestación de júbilo. Es también una amenaza. El efecto subliminal de todo esto es una frustración que podemos sintetizar en esta sentencia: con esta gente no se va a ninguna parte. No solo está la perturbación de la paz y el reposo público, sino el dispendio de unos recursos escasos, el mensaje subliminal de que en las armas está la solución, y la complacencia en el ruido y el escándalo como forma de llamar la atención del mundo al propio ombligo, como si fueran eternos adolescentes.

Y ahora la ganga. La fiesta rota por la irrupción de los "ejecutivos" de Hamás la celebraban afiliados de Fatah, el movimiento opositor que ahora controla Cisjordania. Esta intervención no era, pues, enteramente desinteresada. Lo peor es que los agentes de Hamás hicieron lo mismo que querían reprimir: irrumpieron en la fiesta pegando tiros al aire y además golpearon a los celebrantes con sillas y mesas. Hamás ha intentado aplicar un remedio lenitivo del mal palestino. Ahora falta que él también se lo trague.


En el fondo de esto subyace la cultura de violencia que impera en las sociedad árabe en general y en la palestina en particular, donde el concepto de justicia es un juicio sumario efectuado en la calle en el que al (presunto) sospechoso se le ejecuta de la manera más brutal en público y sin posibilidad de defensa, donde impera la ley del más fuerte, donde la máxima expectativa es recibir las ayudas mensuales de la UNRWA, donde la libertad de prensa es coartada, donde el gangsterismo mafioso sustituye a la economía de mercado, y donde las múltiples facciones terroristas compiten entre ellas en asesinar al máximo de israelíes.

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