23 enero 2007

 

Contribuir a la esperanza.

Abraham B. Yehoshua hace varias propuestas en un artículo publicado en "La Vanguardia", para conseguir la normalización entre Israel y los países árabes.

El año 2006 dio motivos de sobra para ser más pesimistas. Durante él último siglo vivimos subidas y bajadas en nuestra cuota de optimismo y supimos superar la desesperación y los malos augurios, que eran mucho peores que los que se vaticinan ahora. No obstante, el último año añadió varios elementos que dan lugar la una auténtica preocupación y que no debemos ignorar.

Por tanto, es preciso situarlos en su contexto histórico adecuado para asimilarlos mentalmente antes de decidir cómo afrontarlos en la práctica. Al igual que nos jactamos de que es un hecho único en la historia de la humanidad la vuelta del pueblo judío a una situación de Soberanía en su propia tierra tras dos mil años de exilio, un exilio voluntario pese a la opinión mayoritariamente aceptada, así debemos también admitir que los palestinos, a los que este hecho afectó directamente, y el pueblo árabe, implicado en este asunto de manera indirecta, deben de legitimar y aceptar un acontecimiento único en la historia, algo que le resultaría difícil a cualquier pueblo.

Por lo tanto, debemos de reconocer que dar legitimidad a un hecho excepcional en la historia es un proceso lento y complicado, lleno de agujeros y obstáculos. Hay dos elementos nuevos, muy peligrosos, que se revelaron en el último año y que explican los retrocesos que se produjeron en este proceso tan complejo:

1. La sensación creciente entre muchos palestinos de que si son pacientes y en los próximos años se mantienen firmes en su negativa a no reconocer la legitimidad de un Estado judío vecino de un Estado palestino lograrán convertir Israel, por medio de la adhesión, en un Estado binacional, que a largo plazo acabaría siendo un Estado palestino con una minoría judía.

2. La agresiva entrada en escena de Irán y su lucha por borrar del mapa al Estado de Israel y por poner en entredicho su derecho legítimo a existir, apelando para eso a la solidaridad islámica. Y además, hacerlo sin aludir a ningún conflicto territorial o político. Por otro lado, debemos entender que se trata de un cambio drástico en la política iraniana, ya que durante más de treinta años Irán mantuvo relaciones diplomáticas regulares e incluso amigables con el Estado israelí.

Estos son los dos factores que generan un nuevo pesimismo en el largo camino que durante tantísimos años llevamos recorriendo. A cuyo objeto, con el fin de que el pesimismo no bloquee el sentido común y la inteligencia, Israel debe proponerse dos objetivos claros:

1. Ampliar su legitimidad en el mundo árabe y musulmán, principiando negociaciones de paz con Siria. No olvidemos que cuándo en la última guerra del Líbano la aviación israelí bombardeo barrios en Beirut, Egipto y Jordania no sólo no rompieron relaciones diplomáticas con Israel, sino que ni siquiera llamaron a consultas a sus embajadores en Tel Aviv, aunque fuera como un gesto simbólico de protesta por lo que estaba aconteciendo en el Líbano. Es decir, a pesar de todas las crisis y la rabia por la ocupación, a pesar de guerras justas e injustas, aún queda en el mundo árabe una idea estable que legitima a Israel, y esa idea es la que hay que extender consiguiendo la paz con Siria e incluso con Líbano.

2. Rematar con la visión de los palestinos de recuperar toda la tierra, y para eso los territorios de Cisjordania deben de repartirse entre los dos pueblos. Y si a corto plazo no es posible conseguir acuerdos globales y tampoco se quiere volver al modelo de desconexión unilateral, tal como se fijo en Gaza, sí se puede en cambio comenzar con la evacuación unilateral de asentamentos aislados de colonos sin evacuar al ejército. De este modo, se puede seguir garantizando la seguridad de que se consiga, si se consigue, un acuerdo de paz completo.

En nuestras manos está reducir y frenar el proceso de enmarañamiento de los territorios en el que viven ambos pueblos. Además, un desmantelamiento unilateral de colonias judías sin evacuar de momento al ejército reduciría también los perversos recovecos que dibuja el vallado de separación y haría que disminuyera el número de puestos de control. El nuevo pesimismo que nos trae el último año, agudizado además por la debilidad que mostró el ejército israelí en la segunda guerra de Líbano, no se puede ignorar así sin más, sino que debemos enfrentarnos a él actuando con sensatez y sobre todo con realismo, con el fin de contribuir a la esperanza.

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